viernes, 29 de abril de 2016

FE SOBRE LAS AGUAS


Hace poco Cristo me mandó entrar en la barca y empezar a bogar mar adentro. Tenía que hacerlo sola, en medio de la oscuridad de la vida. Él vendría después. 

Ya en medio del mar, retirada de la costa y siendo de noche, el viento empezó a soplar con fuerza. Un viento recio y contrario a mi barca, la cual trataba de avanzar. Las olas también se alzaban intimidándome y amenazándome con que no podría continuar. 

Cristo me había dejado sola. Me había dicho que subiera a la barca y que Él después me iba a alcanzar. ¿Por qué lo había permitido? ¡El sabía cómo era ese mar! Un mar cuyas aguas rápido se agitan, un mar que llega a aterrorizar


Pero lo que yo no sabía es que Él estaba orando en el monte, orando por lo que iba a pasar al otro lado de la orilla, y orando, seguramente, por lo que yo iba a aprender

Yo pensaba que estaba sola, abandonada en mi barca, luchando por avanzar, por atravesar el mar furioso. Creía que moriría, que nunca iba a llegar al otro lado. ¿Dónde estaba Dios en todo esto? 


Estaba orando por mí en la montaña, 
vigilante, 
observando cómo sufría. 

¡Así es! En medio de mi desesperación, Cristo me observaba des del monte. No perdía detalle de lo que me estaba ocurriendo. Lo podía ver todo. Desde las alturas, y a la luz de la luna, podía divisar perfectamente mi barca, podía apreciar claramente toda mi angustia: mi afán, mi dolor, mi pavor, todos mis esfuerzos inútiles, toda la tormenta que había a mi alrededor. 

Y yo gritaba: "¡No puedo! ¡Esto es imposible para mí! ¡Me siento sola en este abismo y el viento sopla contra mí!" Mis fuerzas se estaban agotando, se desvanecía mi esperanza de sobrevivir. 

Pero, de repente aprecié una silueta en medio del vapor de las olas y de la oscuridad de la noche. ¿Qué era eso que se acercaba a mí? ¿Quién parecía estar andando sobre el mar?

¡Era Jesús! para mi sorpresa, que venía andando hacia mí; andando sobre las mismas aguas, caminando sobre el mismo mar. La tormenta no le asustaba, el viento no podía contra Él. Tal era su dominio sobre la naturaleza que adelantó mi barquilla, y desde la distancia oí su voz que decía: "¡Ten ánimo; soy Yo; no tengas miedo hija mía; aquí estoy, a tu lado.

Las lágrimas corrieron por mis mejillas al escucharle hablar. Su sola presencia en ese mar de angustia calmó toda mi ansiedad. ¡Era mi Cristo, el Mesías, el Dueño del mar!
Por un momento estuve tranquila, pero las dudas me invadieron de nuevo, y como Pedro preguntó, también lo hice yo: "¿Eres tú Señor, el que has venido caminando sobre las aguas? ¿De veras que eres Tú Quien está aquí conmigo? ¿Seguro que no es mi imaginación? ¿Es real que has venido a rescatarme? ¡Si es verdad, haz que ande yo también sobre el mar!"


Sin saber muy bien lo que pedía, Cristo me mandó descender de la barca. Si estaba tratando de confiar en Él en medio de esa horrible tormenta, ahora tendría que dar un paso más en mi fe: ¡tendría que caminar sobre las aguas hasta llegar a Él!

Así pues, bajé de la barca y empecé a caminar. Y allí me encuentro ahora mismo, andando sobre ese mar. Trato de clavar mis ojos en Cristo, y mi meta es llegar hasta donde Él está. Pero las aguas siguen encrespadas y el viento no deja de soplar. Y cuando los miro y me fijo en ellos, rápido me hundo en el mar. Me invade de nuevo el miedo y empiezo a gritar: "¡Sálvame, Señor, que perezco, no me dejes morir en el mar!" Y Él "al momento" me salva y sé que no me va soltar. 

¿Dónde estás tú querida amiga? ¿En la barca o ya en el mar, caminando hacia el Maestro, Aquel que te puede salvar? Si estás sola en la barca, recuerda que Él está allí, observándote des del monte, velando por ti. Orando para que tu fe se fortalezca y para que puedas resistir. 
  
Quizás estás como yo, caminando sobre las aguas de un negro y oscuro mar, tratando de no mirar al viento, tratando de no dudar. Recuerda lo que Cristo le pidió a Pedro: ¡solamente fe y nada más! Jesús subiría con él a la barca y cesaría la tempestad. Pronto llegarían a buen puerto y de nuevo verían Su majestad. 


Esta experiencia no dejó indiferentes a los discípulos. Pasaron mucho miedo y afán, pero al final del trayecto pudieron exclamar: "Verdaderamente eres Hijo de Dios", y le pudieron adorar.  Así se será contigo y conmigo, la tormenta cesará. Veremos el mar en calma y no podremos olvidar Su gran poder sobre las olas y Sus palabras llenas de paz: "¡Ten ánimo, hija mía; yo estoy contigo en este mar y tu mano nunca voy a soltar!"

Noèlia Giner 

viernes, 15 de abril de 2016

EL ARTE DE HABLAR CON CIENCIA

Cuando pensamos en la "mujer extraña", aquella que puede tentar a nuestros maridos, ¿qué nos viene a la mente?

¡Seamos sinceras! Automáticamente pensamos en una mujer atractiva, con muchas curvas, vestida con ropa provocativa, con andares sensuales, con un físico exhuberante... una mujer que no escapa a la vista de ningún hombre. 


Sin embargo, Proverbios 5 nos advierte que la tentación del hombre no sólo entrará a través de su vista, ¡sino también de sus oídos!

"Porque los labios de la mujer extraña destilan miel, 
Y su paladar es más blando que el aceite."
(Pr. 5:3)

Me sorprendió mucho caer en cuenta que la mujer adúltera empieza su "caza"  con las palabras, no con el físico. El capítulo 5 empieza haciendo un llamado a la sabiduría y a la inteligencia. Nos llama a estar atentas, a prestar atención, a escuchar con interés lo que la Sabiduría nos enseña. Esta Sabiduría está encerrada en la Palabra de Dios, así que si la leemos, la oramos y la atesoramos en nuestro corazón nos protegerá de los caminos del pecado (Pr. 2) 

"Serás librado de la mujer extraña, 
De la ajena que halaga con sus palabras," 
(Pr. 2:16)

En el versículo 2 se nos llama a poner en práctica esta sabiduría. ¿Y a qué no adivináis cómo? ¡A través de nuestras palabras! Lo que sale de nuestra boca es fruto de lo que hay en nuestro corazón, por eso primero se nos exhorta a guardar la Palabra de Dios (Su consejo), y luego a hablar controladas completamente por Ella.

"Para que guardes consejo,
Y tus labios conserven la ciencia."
(Pr. 5:2)

El significado de la palabra "ciencia" implica el adquirir una "maestría o habilidad" en alguna área, en este caso la de hablar. Nuestros labios deben hablar con sabiduria y discernimiento, con sensatez y prudencia, con amabilidad y sin maldad. Pero esto no se adquiere de la noche a la mañana. ¡Sino que requiere practicar!

Tenemos el tesoro de la Palabra de Dios en nuestras manos y cada día se nos presenta la oportunidad de estudiarla y meditarla, no solamente leerla. También tenemos al maravilloso Hijo de Dios en nuestros corazones, a Quien podemos orar sinceramente sobre este tema: confesar nuestra debilidad a la hora de hablar y pedirle Su sabiduría para que dirija nuestras palabras. Sin embargo, lo que nos ayudará a adquirir esa "maestría o habilidad" es el poner en práctica una y otra vez las enseñanzas de la sabiduría. Seguro que cometeremos muchos errores al hablar con nuestros esposos, pero si nuestra meta es que nuestros "labios conserven la ciencia", adquiriremos experiencia, adquiriremos sabiduría.

En conclusión, a la hora de proteger nuestros matrimonios es importante atender a la parte física, de hecho al final del mismo capítulo se da un buen recordatorio sobre esto (Pr. 5:15-19). Pero no cometamos el error de descuidar nuestra forma de hablar considerándola un asunto menor.  
La mujer extraña usa palabras dulces como la miel, pegajosas, que atraen; usa palabras blandas como el aceite, que entran fácilmente en la mente y el corazón del hombre, pero encierran un gran engaño y destrucción. Aunque saben a miel al principio, su sabor es amargo como el ajenjo y la Biblia las compara a "la espada de doble filo", una espada apta no sólo para herir sino para matar.
Sin embargo, las mujeres sabias permiten al Espíritu controlar sus corazones y palabras, para que la belleza espiritual de éstas agrade a sus esposos, los acerque más a ellas, contribuya a hacer más fuerte su amistad y amor, les consuele en los momentos difíciles y les anime a amar a Dios con todo su corazón. ¡Seamos nosotras mujeres sabias, mujeres determinadas a dominar el arte de hablar con ciencia a nuestros maridos!
¿En qué área de tu forma de hablar eres más débil? ¿Usas palabras demasiado bruscas con tu marido? ¿Te falta ternura y comprensión al hablar con él? ¡Trae todo esto delante del Señor! ¡Indaga en Su Palabra para extraer de Ella la sabiduría! ¡Y ponte a Su disposición para ser una bendición para tu marido a la hora de hablar con él!

Noèlia Giner

 
 

 

jueves, 7 de abril de 2016

EL PODER DE LOS 10 MINUTOS

¿Me pasa a mí sola que hay semanas que mire por donde mire en mi casa todo está patas arriba? ¿Alguien más se identifica conmigo? 

La cocina llena de platos por fregar, el comedor desordenado con las cosas de todos, las habitaciones por hacer, el baño... ¡sin comentarios!

Esta situación caótica me hace entrar en pánico y no sé por dónde empezar. Hoy os quiero compartir un pequeño truco que me ayuda a salir de este lío... ¡aunque sea un poquito! Es el truco de los 10 minutos.


Como no sé por dónde empezar, y por algún lado hay que hacerlo, siempre empiezo por la cocina (el corazón del hogar). Me anima pensar que lo más difícil en toda tarea es empezar. ¡Así que, si logro pasar esa barrera ya tengo parte de la batalla ganada! Entonces programo 10 minutos en el temporizador del horno (o en uno manual que tengo). Y dedico ese tiempo a recoger la cocina. Casi siempre empiezo por los platos. 


Cuando pasan los 10 minutos y suena la alarma, cambio al comedor y programo otros 10 minutos más. Pasados éstos vuelvo a la cocina y sigo recogiéndola durante otros 10 minutos. De allí me muevo a otra habitación o al baño y hago lo mismo. 


¿Qué consigo con esto? Pues simplemente crear algo de orden y limpieza en cada habitación (¡por si fuera poco!). Si no escogiera usar esta pequeña cantidad de tiempo, me llevaría horas arreglar el caos en la casa. Pero hacerlo así me motiva y me ayuda a ver la luz al final del túnel. 


En la primera tanda de 10 minutos, me centro en recoger las cosas que hayan por el suelo y en las superfícies, y lo llevo a su sitio cuando suena la alarma. En la segunda tanda, si llego a ella :-) me centro en limpiar. Y sino llego, al menos la casa está más o menos recogida. 


Muy a menudo, alterno 10 minutos con la colada (no necesariamente con una habitación): ya sea poner una lavadora, recoger la tendida, doblarla o ponerla en su sitio. Y además, cada 30 minutos, me tomo 10 para descansar (si preveo que voy a estar mucho tiempo de limpieza).


Sé que 10 minutos suenan a muy poco y parece que no sé puede hacer nada con ellos. ¡Pero te aseguro que te sorprenderás si lo pruebas! Cuando leí esta idea, hace muchos años atrás, usaba 15 minutos en lugar de 10. Pero a medida que han aumentado las demandas de la vida, programo el temporizador a 10 minutos y a veces a ¡¡5 minutos!!! 


10 minutos empleados en recoger nuestros hogares siempre serán mejor que ninguno. Y éste es uno de mis lemas favoritos a la hora de hacer cosas, no sólo limpiar la casa: "Algo es mejor que nada". 

Así que, cuando estés frente al caos en tu casa (especialmente si eres mamá de algunos pequeñitos); cuando estés frente a la gran montaña de ropa por lavar o ante el desorden abrumador: ¡No dejes que el mal humor y la ansiedad se apoderen de ti! "Hazlo todo de corazón como para el Señor" (Col. 3:23) aunque sea un poquito, porque...

¡ALGO ES MEJOR QUE NADA!



Noèlia Giner