Hace poco Cristo me mandó entrar en la barca y empezar a bogar mar adentro. Tenía que hacerlo sola, en medio de la oscuridad de la vida. Él vendría después.
Ya en medio del mar, retirada de la costa y siendo de noche, el viento empezó a soplar con fuerza. Un viento recio y contrario a mi barca, la cual trataba de avanzar. Las olas también se alzaban intimidándome y amenazándome con que no podría continuar.
Cristo me había dejado sola. Me había dicho que subiera a la barca y que Él después me iba a alcanzar. ¿Por qué lo había permitido? ¡El sabía cómo era ese mar! Un mar cuyas aguas rápido se agitan, un mar que llega a aterrorizar.
Pero lo que yo no sabía es que Él estaba orando en el monte, orando por lo que iba a pasar al otro lado de la orilla, y orando, seguramente, por lo que yo iba a aprender.
Yo pensaba que estaba sola, abandonada en mi barca, luchando por avanzar, por atravesar el mar furioso. Creía que moriría, que nunca iba a llegar al otro lado. ¿Dónde estaba Dios en todo esto?
¡Así es! En medio de mi desesperación, Cristo me observaba des del monte. No perdía detalle de lo que me estaba ocurriendo. Lo podía ver todo. Desde las alturas, y a la luz de la luna, podía divisar perfectamente mi barca, podía apreciar claramente toda mi angustia: mi afán, mi dolor, mi pavor, todos mis esfuerzos inútiles, toda la tormenta que había a mi alrededor.
Estaba orando por mí en la montaña,
vigilante,
observando cómo sufría.
¡Así es! En medio de mi desesperación, Cristo me observaba des del monte. No perdía detalle de lo que me estaba ocurriendo. Lo podía ver todo. Desde las alturas, y a la luz de la luna, podía divisar perfectamente mi barca, podía apreciar claramente toda mi angustia: mi afán, mi dolor, mi pavor, todos mis esfuerzos inútiles, toda la tormenta que había a mi alrededor.
Y yo gritaba: "¡No puedo! ¡Esto es imposible para mí! ¡Me siento sola en este abismo y el viento sopla contra mí!" Mis fuerzas se estaban agotando, se desvanecía mi esperanza de sobrevivir.
Pero, de repente aprecié una silueta en medio del vapor de las olas y de la oscuridad de la noche. ¿Qué era eso que se acercaba a mí? ¿Quién parecía estar andando sobre el mar?
Pero, de repente aprecié una silueta en medio del vapor de las olas y de la oscuridad de la noche. ¿Qué era eso que se acercaba a mí? ¿Quién parecía estar andando sobre el mar?
¡Era Jesús! para mi sorpresa, que venía andando hacia mí; andando sobre las mismas aguas, caminando sobre el mismo mar. La tormenta no le asustaba, el viento no podía contra Él. Tal era su dominio sobre la naturaleza que adelantó mi barquilla, y desde la distancia oí su voz que decía: "¡Ten ánimo; soy Yo; no tengas miedo hija mía; aquí estoy, a tu lado."
Las lágrimas corrieron por mis mejillas al escucharle hablar. Su sola presencia en ese mar de angustia calmó toda mi ansiedad. ¡Era mi Cristo, el Mesías, el Dueño del mar!
Las lágrimas corrieron por mis mejillas al escucharle hablar. Su sola presencia en ese mar de angustia calmó toda mi ansiedad. ¡Era mi Cristo, el Mesías, el Dueño del mar!
Por un momento estuve tranquila, pero las dudas me invadieron de nuevo, y como Pedro preguntó, también lo hice yo: "¿Eres tú Señor, el que has venido caminando sobre las aguas? ¿De veras que eres Tú Quien está aquí conmigo? ¿Seguro que no es mi imaginación? ¿Es real que has venido a rescatarme? ¡Si es verdad, haz que ande yo también sobre el mar!"
Sin saber muy bien lo que pedía, Cristo me mandó descender de la barca. Si estaba tratando de confiar en Él en medio de esa horrible tormenta, ahora tendría que dar un paso más en mi fe: ¡tendría que caminar sobre las aguas hasta llegar a Él!
Así pues, bajé de la barca y empecé a caminar. Y allí me encuentro ahora mismo, andando sobre ese mar. Trato de clavar mis ojos en Cristo, y mi meta es llegar hasta donde Él está. Pero las aguas siguen encrespadas y el viento no deja de soplar. Y cuando los miro y me fijo en ellos, rápido me hundo en el mar. Me invade de nuevo el miedo y empiezo a gritar: "¡Sálvame, Señor, que perezco, no me dejes morir en el mar!" Y Él "al momento" me salva y sé que no me va soltar.
¿Dónde estás tú querida amiga? ¿En la barca o ya en el mar, caminando hacia el Maestro, Aquel que te puede salvar? Si estás sola en la barca, recuerda que Él está allí, observándote des del monte, velando por ti. Orando para que tu fe se fortalezca y para que puedas resistir.
Quizás estás como yo, caminando sobre las aguas de un negro y oscuro mar, tratando de no mirar al viento, tratando de no dudar. Recuerda lo que Cristo le pidió a Pedro: ¡solamente fe y nada más! Jesús subiría con él a la barca y cesaría la tempestad. Pronto llegarían a buen puerto y de nuevo verían Su majestad.
Esta experiencia no dejó indiferentes a los discípulos. Pasaron mucho miedo y afán, pero al final del trayecto pudieron exclamar: "Verdaderamente eres Hijo de Dios", y le pudieron adorar. Así se será contigo y conmigo, la tormenta cesará. Veremos el mar en calma y no podremos olvidar Su gran poder sobre las olas y Sus palabras llenas de paz: "¡Ten ánimo, hija mía; yo estoy contigo en este mar y tu mano nunca voy a soltar!"
Así pues, bajé de la barca y empecé a caminar. Y allí me encuentro ahora mismo, andando sobre ese mar. Trato de clavar mis ojos en Cristo, y mi meta es llegar hasta donde Él está. Pero las aguas siguen encrespadas y el viento no deja de soplar. Y cuando los miro y me fijo en ellos, rápido me hundo en el mar. Me invade de nuevo el miedo y empiezo a gritar: "¡Sálvame, Señor, que perezco, no me dejes morir en el mar!" Y Él "al momento" me salva y sé que no me va soltar.
Quizás estás como yo, caminando sobre las aguas de un negro y oscuro mar, tratando de no mirar al viento, tratando de no dudar. Recuerda lo que Cristo le pidió a Pedro: ¡solamente fe y nada más! Jesús subiría con él a la barca y cesaría la tempestad. Pronto llegarían a buen puerto y de nuevo verían Su majestad.
Noèlia Giner
Jehová marcha sobre la tempestad y el turbión y las nubes son el polvo de sus pies... ¿por qué temer? :)
ResponderEliminarExactamente!! Gracias por compartir este versículo!! Encaja a la perfección :-)
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