Ya de muy pequeña vivía la Navidad intensamente. Y de más jovencita la ilusión de estar en familia, decorar la casa y hacer regalos persistía. Había años en que la familia no tenía mucho ánimo para hacer nada en esta época, pero yo era el motor, y más aún después de haber conocido al Señor Jesús.
Sin embargo, algo pasó unos años más tarde. Dejé de ser un comensal más en la mesa y pasé a ser la cocinera. Dejé de ser sólo la que recibía regalos, a tener que comprarlos yo. Mis responsabilidades en Navidad fueron aumentando poco a poco y se añadieron a este gran día otras muchas actividades más las cuales demandaban de mí una participación activa.
Poco a poco, esa alegría que traen las fiestas navideñas se fue apagando al punto de entrar en el desgano. ¿Por qué me estaba pasando esto? ¿Por qué ya no era especial la Navidad? ¡Porque estaba reduciendo mi visión a simplemente una lista de tareas que a su vez conllevaban cansancio!
Hace un par o tres de años, Dios trajo a mi mente un pensamiento que me ha estado ayudando a reenfocar las Navidades. Una frase sencilla surgió de repente...
¡No se trata de mí, sino de Él!
No se trata de lo que yo haga, sino de lo que Él hizo por mí esa noche al venir al mundo. No se trata de cómo me siento, sino de quién es Él. No se trata de cómo vayan las cosas en Noche Buena, sino de cómo fueron aquella noche en Belén. ¡Seguro que María estaba muy cansada también esa noche por el largo viaje y el trabajo de parto! Pero el cansancio no opacó la alegría que trajo el nacimiento de Jesús.
Navidad no es una lista de quehaceres, Navidad es Dios mismo hecho carne y venido al mundo por ti y por mí.
Pero... ¿de verdad es esto lo que celebramos? ¿Celebramos realmente el nacimiento de Aquel que salvó nuestra alma? ¡Sinceramente no! -- y con tristeza lo digo, a la vez que me incluyo a mí misma.
Con tristeza y vergüenza he de reconocer que las numerosas actividades familiares y de iglesia, me dejan exhausta cada año. La preocupación de que todo salgan bien y de organizarme a la perfección me genera tensión, y se me olvida la Razón verdadera de la Navidad, y se esfuma la paz que Cristo vino a traer.
La Navidad no se trata de mí, ni de mi familia, ni de los regalos, ni de las actividades... la Navidad consiste en Él y solamente en Él. Entonces cualquier sacrificio es poco para adorarle al recordar Su nacimiento. Me esforzaré en servirle a Él en medio de mi familia, en la iglesia, con mis amistades... y mi único propósito en estas Navidades será que reine la paz, que reine Cristo, y no todo lo demás.
Os invito a seguir el blog en estas próximas semanas para enfocar nuestra mirada hacia Aquel por el Cual la Navidad tiene sentido, ¡por Quien vale la pena celebrar!
Noèlia Giner
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿y tú qué piensas?